sábado, 19 de junio de 2010

Venganza

Hace una noche preciosa. Juan me ha dicho que esta puta es de nivel. Roxanne, bonito nombre. Espero poder follarmela esta noche. Algo rápido, la llevaré a cenar, luego un par de copas y cuando quiera darse cuenta estaré sudando encima suyo. Por fin sale, desde lejos pinta bien la cosa.

Error. En cuanto la tengo a unos pocos pasos compruebo porque sigue soltera a sus casi cuarenta años. Muslos celulíticos, pechos caidos y una cara que asustaría al hombre del saco son su carta de presentación. Ese hijo de puta de Juan me las va a pagar.

El monstruo se acerca sonriente a saludarme. En cuanto me tiende la mano aprovecho para soltarle un gancho de derechas que la hace caer al suelo. Ella llora y sangra. Su mirada entremezcla el miedo y la sorpresa.

-Puta, engendros como tú no merecen vivir.

Después de trabajarle el costillar a patadas me subo al coche para ir a casa de Juan. Hoy tenía una reunión, por lo que llegará tarde a casa. Querías que me follara a un cardo, eh Juan? Mientras conduzco no puedo dejar de pensar en ese cabrón. Juan, me las pagarás.

Por fin llego a su hogar, el muy cerdo vive en una casa que es tres veces la mía. Nunca fue un tipo talentoso, pero ha conseguido trepar en la empresa gracias a sus dotes como chupamedias. Este tipo de persona suele ser de lo más ruín. Siempre cruel con el que ocupa una posición inferior, pues teme que se descubra que hasta el último mono de la empresa puede estar más capacitado que él. Hoy se hará justicia.

Los muy idiotas se han dejado la ventana abierta, bien, parece que los dioses estén conspirando a mi favor. Entro con mucho sigilo y me dirijo a la cocina, donde cojo el cuchillo más grande que encuentro. Subo las escaleras y sin hacer ruido entro en el cuarto del matrimonio. Allí está ella, dormida con un camisón que deja ver gran parte de sus carnes. El deseo sexual se apodera de mí, pero consigo contenerme. Pueda que sea un asesino, pero no un violador. La tengo delante, un movimiento de mi brazo y su vida habrá acabado para siempre. Es lo único que tengo que hacer, bajar el brazo, clavar el cuchillo en su corazón. Pero tengo miedo, no miedo a la policía o a acabar en prisión, no tengo miedo a las consecuencias, tengo miedo a la acción en sí. Matar o no matar. Jodido momento para un dilema ético. Pero hace una noche preciosa.